Pero, ¿cómo llegan hasta allí? Estas diminutas partículas de plástico pueden formarse por la rotura de trozos grandes como bolsas o botellas de plástico, o venir directamente de los exfoliantes, geles, pasta de dientes, cremas limpiadoras o detergentes que usamos todos los días.
Las microesferas que estos productos contienen son tan pequeñas que no se pueden eliminar mediante el tratamiento de aguas y acaban escurriéndose desde nuestros lavabos hasta los océanos, donde pueden ser ingeridos por animales marinos y llegar hasta nuestros platos.
Siempre decimos que lo que pasa en el Ártico no se queda en el Ártico, pero lo mismo pasa al contrario. Las corrientes marinas llevan todos los microplásticos que desechamos en nuestro día a día hasta el Ártico, donde permanecen atrapados cuando se forma el hielo, hasta que se derrite y son liberados de nuevo al medio marino. De esta forma, el hielo Ártico se convierte en un sumidero temporal de microplásticos.
Desde esta parte del mundo tenemos la oportunidad de cambiar las cosas. Es importante trabajar para que los supermercados y otras empresas se hagan responsables del exceso de plásticos que ponen en circulación y del problema que han ayudado a crear, que ya no solo es solo nuestro, sino de lugares tan desprotegidos como el Ártico.