El uso de la energía en la especie humana

cultivos agricultura

Considerados como especie, los seres humanos somos organismos heterótrofos, por lo que dependemos de forma directa o indirecta de los organismos autótrofos (algas y plantas verdes) para obtener energía y nutrientes. La energía que empleamos para realizar nuestras funciones vitales se denomina energía interna, mientras que aquella que utilizamos para el resto de actividades se conoce como energía externa.

De acuerdo con diversos estudios, se calcula que los requerimientos de energía interna del ser humano en la antigüedad, cuando todavía era una especie nómada, eran de aproximadamente 2000 calorías diarias y que la energía externa que utilizaban en otras actividades representaba más o menos la misma cantidad. Bajo este panorama se cree que en el planeta únicamente habitaban 10 millones de seres humanos.

En sus inicios el ser humano se alimentaba gracias a la recolección de semillas, frutos, raíces y en ocasiones lo hacía de peces o de animales pequeños. Eso quiere decir que en esencia era un ser dependiente del entorno natural y se encontraba subordinado a aquellas cosas que los ecosistemas le pudieran otorgar.

Sin embargo, con el descubrimiento de la agricultura la especie humana comenzó a elaborar sus propios alimentos por medio del cultivo de diversas especies vegetales y posteriormente pasó a domesticar animales con fines alimenticios. De esa forma, se comenzó poblar el planeta de nuevas especies. Por ejemplo, en Asia empezaron a verse los sembradíos de arroz y en América hizo su aparición el maíz. De igual manera, en las regiones del continente europeo se observaban los campos de trigo. Paralelamente, la facultad de producir alimento trajo consigo de forma casi inmediata la necesidad de abastecer a una población en crecimiento constante y que necesitaba cada vez más recursos para su supervivencia.

Dentro de los diversos tipos de ecosistemas que conocemos se encuentran los llamados ecosistemas agrícolas. Éstos poseen la característica de tener un pequeño número de especies, pero en gran volumen. Su estabilidad se mantiene gracias a las cantidades de energía que le son suministradas de manera periódica y constante en forma de fertilizantes, plaguicidas, riego, etc. Cabe destacar que la gran mayoría de estos «apoyos humanos» que le son dados a la naturaleza, provienen directa o indirectamente de la utilización de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas natural), los cuales en el pasado eran muy abundantes. Por eso, esas «aportaciones energéticas» significan, por llamarlo de alguna manera, fuentes extraordinarias de energía no natural. Las cuales se integran rápidamente al flujo de dichos ecosistemas artificiales con el propósito fundamental de elevar su productividad o simplemente con la encomienda de favorecer su estabilidad. Si no existieran este tipo de aportes en los ecosistemas agrícolas, peligraría su existencia y por tanto la de nuestra especie.

En la actualidad se ha podido ver un aumento considerable en la cantidad de la energía externa que consumimos los diversos grupos humanos, principalmente aquellos que se encuentran ubicados en zonas urbanas o industriales. En tanto que los requerimientos de energía interna han permanecido casi sin cambios a lo largo de la historia de la humanidad. Este incremento en el uso de la energía externa es apreciable prácticamente en cualquier rubro de actividad humana. Por ejemplo, en el hogar, el trabajo, los comercios, el campo, la industria, etc. Por ello, podemos afirmar que el medio ambiente ha sufrido un proceso constante de adecuación, el cual implica por supuesto un mayor requerimiento de material energético.

Lo negativo de todo esto reside en que el flujo de energía que transita a través de los ecosistemas de forma natural ha sufrido graves alteraciones, lo que ha significado la destrucción paulatina de varios de ellos. Dicho de otra manera, el flujo energético dentro de la biosfera está siendo orientado únicamente hacia la supervivencia de una sola especie: los seres humanos. Quienes hemos reemplazado de manera irresponsable los grandes espacios abiertos por ciudades o por terrenos destinados a la ganadería y la agricultura.

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